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Desmontar el colonialismo económico desde el feminismo

Las mujeres tienen un papel central en el dibujo de un orden internacional más equitativo, diverso y justo, que pasa por desmantelar el dominio de Occidente en su diálogo con el resto del mundo

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Mayo 2024 / 124
Mujer patada

Ilustración
Elisa Biete Josa

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La teoría económica, con su tendencia crónica a promover en exclusiva el crecimiento y la acumulación de capital, ha ayudado a profundizar en los desequilibrios y la explotación a nivel global. El sistema capitalista actual, heredero en gran medida de la lógica colonial, ha marginado las epistemologías y prácticas sociales de pueblos originarios, de modo que ha perpetuado relaciones de poder asimétricas. En cambio, el feminismo decolonial emerge como una herramienta fundamental y necesaria para desmantelar las bases y fundamentos del colonialismo económico al criticar y visibilizar la explotación de las mujeres y los pueblos racializados y proponer como alternativa viable un nuevo paradigma basado en la economía de los cuidados, la sostenibilidad, la interseccionalidad, la diversidad y la igualdad.

En el intrincado y dinámico diálogo entre Occidente y el resto del mundo se tejen diferentes identidades, reconociendo las complejas relaciones entre unos y otros. Sin embargo, es imperativo señalar las desigualdades de poder que subyacen en este proceso, donde Occidente ejerce una dominación implacable al erigir discursos y saberes sobre el otro. La exotización denigrante de este otro se manifiesta a través de la dicotomía simplista Occidente-Oriente, que refleja oposiciones reduccionistas como "civilizado-bárbaro", "racional-irracional"", maduro-infantil" o "normal-diferente", donde las primeras se atribuyen a Occidente y se valoran positivamente, mientras que las segundas, asociadas al resto del mundo, son menospreciadas.

Asimismo, se observa una tendencia a la universalización de las categorías occidentales y la invisibilización del conocimiento producido por los otros. Estas estrategias, muy arraigadas, reflejan un colonialismo discursivo que no solo interpreta la realidad, sino que la construye.

Reconocer la opresión

En un contexto mundial marcado por desequilibrios, conflictos, crisis y tensiones, donde convergen antiguas y nuevas formas de racialización y colonialismo económico, el pensamiento decolonial emerge como una herramienta indispensable para repensar el orden internacional. La decolonialidad integra la dialéctica crítica de territorios en desarrollo hacia el proyecto de modernidad colonial y abarca epistemologías y formas de acción previamente ignoradas, reconociendo las múltiples opresiones históricas y contemporáneas sufridas por los pueblos de África, América Latina, Asia y los territorios del Pacífico, que han sido brutalizados por Europa para legitimar su opresión y colonización.

Contra el pensamiento único

El pensamiento decolonial emerge, por tanto, como un marco teórico que busca desmantelar la colonialidad del poder y del saber en todas sus esferas, proponiendo un giro epistemológico hacia otras cosmovisiones y saberes ancestrales, reivindicando la diversidad de formas de entender y vivir la sociedad. Así se critica la universalización de la economía capitalista o neoliberal como única opción y se apuesta por la construcción de alternativas económicas basadas en la justicia social, la sostenibilidad ambiental, la horizontalidad y la transversalidad.

Decolonizar el conocimiento y las relaciones de poder implica defender la diversidad cultural y epistémica, abogar por un orden internacional más equitativo y justo, en el que las voces y las experiencias de las periferias no solo sean escuchadas, sino también respetadas y apreciadas. Para ello, es esencial crear nuevos conceptos que reflejen la identidad de los sujetos desde una perspectiva no eurocéntrica. Esto supone no solo cuestionar la autoridad del conocimiento eurocéntrico, sino también revisar las categorías y términos con los que se ha etiquetado al otro, promoviendo formas alternativas de comprensión y convivencia en un diálogo intercultural.

El extractivismo ligado a la colonialidad, además de ser responsable de la degradación medioambiental, se presenta muchas veces como la única vía para la mejora económica y garantizar así una mayor calidad de vida y bienestar social en los países en desarrollo. Sin embargo, esta noción debe ser desactivada mediante su revisión y la decidida promoción de un orden global basado en la cooperación, la solidaridad y el mutuo respeto entre las naciones, dado que el sistema mundial en el que vivimos es interdependiente.

La decolonialidad invita a reconsiderar la economía desde una perspectiva crítica, plural y comprometida con la transformación social, asumiendo una orientación necesariamente transfeminista. La subordinación de género, como señala la filósofa argentina María Lugones, ha emergido también como un mecanismo de negociación entre hombres colonizados y colonizadores, quienes aceptaron la subordinación de las mujeres indígenas y africanas para mantener cierto control en sus sociedades tras la colonización.

El papel de algunas ONG

Tampoco puede basarse la decolonialidad en aquellas perspectivas voluntaristas que se reproducen en Occidente y que perpetúan formas de opresión tomando decisiones basadas en lo que se considera deseable para determinados territorios. Así, Julieta Paredes cuestiona con fundamento la acción de algunas ONG que reproducen esquemas coloniales y usurpan la voz de los pueblos de cada territorio, al tiempo que dependen de políticas de cooperación internacional que no comprenden las necesidades particulares de sus culturas y realidades sociales.

Se debe destacar la importancia de reconocer y promover el papel central de las mujeres diversas en la crítica económica a la colonialidad, así como para la promoción de la paz, la igualdad y el bienestar social.

Actualmente, se evidencian los obstáculos para avanzar en derechos debido a las narrativas interesadas y reaccionarias que presentan al feminismo y a los proyectos igualitarios como una supuesta conspiración internacional para imponer valores culturales que socavan la soberanía nacional y promueven un modelo de gobierno global pernicioso.

Por eso es más necesario que nunca la promoción de la participación política de las mujeres en todos los ámbitos de la sociedad, junto con el reconocimiento y la valoración de su diversidad, que constituyen pasos fundamentales e imprescindibles para construir un orden glocal más justo y equitativo.