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La política ante la Inteligencia Artificial

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Conexión cables

Ilustración
generada por IA

Una comunidad de gente comprometida en política me invitó andar una charla sobre “El papel de la política ante la inteligencia artificial”. Lo que dije les interesó, o si fue lo contrario lo disimularon bien. Hago a continuación un resumen, por si a alguien le sirve y me brinda su feedback

Los artefactos tienen política, no solo cuando se ponen al servicio de los intereses militares. Me limitaré a reseñar tres episodios ilustrativos. A principios del siglo XIX, el Parlamento británico envió 12.000 soldados del Ejército de su Majestad a reprimir a los luditas, que se oponían a las consecuencias económicas del entonces incipiente maquinismo. En 1993, el entonces presidente de EE UU Bill Clinton comprometió ayudas de todo tipo para el despliegue de las “autopistas de la información”, reconvertidas en el Internet de hoy. En 1995, la Comisión Europea apoyó la evolución hacia una “sociedad de la información” en la que las tecnologías digitales se pondrían "al servicio de la actividad humana". 

No solo las instituciones públicas mezclan tecnología y política. Cuando los adalides de la Cuarta Revolución Industrial proclaman como inevitables cambios radicales en el modo en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos, obviando someter la oportunidad y la naturaleza de esos cambios a los procesos de debate democrático, hacen también una declaración política. La afirmación de Elon Musk, que muchos representantes públicos parecen avalar con sus prácticas de comunicación, de que Twitter (ahora X) es de facto un ágora pública tiene también una carga política evidente. Como lo es también que Mark Zuckerberg haga bandera de la defensa de la libertad de expresión para justificar la colaboración de sus plataformas en la difusión de contenidos falsos y nocivos.

La política de lo digital no ha estado a la altura. Daniel Innerarity sostiene que la política en una sociedad democrática debe orientarse a equilibrar los intereses en juego de manera que haya una máxima ganancia general. Desde esta perspectiva, la concentración de dinero y de poder en un puñado de empresas tecnológicas apunta a que la intervención política en lo referente a la expansión de lo digital durante los últimos treinta años no ha estado a la altura. Lo hace también el hecho de que la expectativa de una sociedad de la información ideal haya dado paso a la realidad de una sociedad del desconocimiento, así como al auge de una economía de la atención que extrae ingentes beneficios de mercantilizar la captura de la atención de las personas. Mientras ello iba tomando forma, los poderes públicos, con pocas excepciones, daban por buena la tesis de que la transformación a lo digital era inevitable y había de producirse a un ritmo exponencial. En consecuencia, han sido por lo general más proactivos en incentivar el uso (acrítico) de lo digital por parte de los ciudadanos que en prevenir la adopción de malas prácticas o fomentar las más beneficiosas desde una perspectiva social. 

La dinámica de la IA tiene mucho en común con la digital reciente. La aparición de enfoques como el aprendizaje profundo o las técnicas de IA generativa han revolucionado la tecnología de la inteligencia artificial, abriendo así expectativas de nuevas aplicaciones en múltiples ámbitos de la economía y la sociedad. Sin embargo, en contra de lo que proclaman los adalides de la IA, esta revolución tecnológica no abre una nueva etapa de revolución social, sino que más bien significa una vuelta de tuerca adicional a la dinámica de la revolución digital de las últimas décadas. Mantiene la lógica económica y de competencia especulativa que dio lugar a la burbuja de las empresas punto.com a finales de los 1990. Defiende dar preferencia a la dinámica de disrupción protagonizada por empresas privadas a la regulación preventiva en aras del interés común. Incentiva a las personas a beneficiarse de ventajas prácticas individuales a corto plazo al tiempo que a ignorar sus efectos perniciosos, tanto individuales (captura de la atención, erosión de la privacidad, ...) como colectivos (factura energética, falta de respeto a los derechos de autor, ...). 

¿Qué puede (debería) hacer la política ante la IA? Si se acepta como válido el planteamiento anterior, la política puede reorientar el desarrollo y despliegue de la IA cuestionando el tecnoptimismo prevalente en una reflexión de sus aciertos, fallos y omisiones acerca de la evolución digital de los últimas décadas. Un primer paso para ello sería suscitando debates que puedan generar respuestas consensuadas a preguntas como las siguientes: ¿Para qué la IA? ¿Para automatizar tareas que hoy realizan personas, o para apoyar a las personas en su trabajo? ¿Para estimular la creatividad individual o para facilitar la obtención de respuestas rápidas con un mínimo esfuerzo? ¿Quiénes toman las decisiones clave sobre el diseño, el desarrollo y la implantación de sistemas de IA? ¿Quién participa? ¿Quién se hace responsable? ¿Cómo se entrenan y supervisan esos sistemas? ¿En función de qué valores se optimizan? ¿Cómo se gestiona la distribución de los beneficios y perjuicios que se generen? 

Cerraré por hoy con una cita atribuida a Einstein: "Aprendamos del ayer, vivamos el presente, confiemos en el futuro. Lo importante es no cejar en las preguntas". Sea cierta o no, me parece pertinente.