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¿Qué significa el ecofeminismo?

El ecofeminismo, que tiene una larga historia, aúna reflexiones y prácticas tanto ecológicas como feministas. Es un movimiento que suscita numerosos debates 

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Febrero 2024 / 121
Tsunami

Ilustración
Elisa Biete Josa

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El ecofeminismo vive un auge, si se tiene n en cuenta la cantidad de publicaciones que versan sobre el tema. Lo defienden personalidades tan diversas como la escritora y militante Vandana Shiva, en India, la diputada ecologista Sandrine Rousseau, en Francia, o una gran cantidad de colectivos. 

¿Pero, ¿de qué se trata? 

No es una corriente unificada, sino “una nebulosa, una galaxia”, explica la filósofa Jeanne Burgart Goutal, autora de Être écoféminista (Ser ecofeminista). Por ello debe pensarse en una diversidad.
 

Este movimiento intelectual y militante nació en la década de 1970. Una de sus pioneras, que fraguó el término mismo de ecofeminismo, es François d’Eaubonne. En 1974, en su obra El feminismo o la muerte, dibuja un paralelismo entre la apropiación de la agricultura por parte de los hombres durante el periodo neolítico y su apropiación del cuerpo de las mujeres. La destrucción del medio ambiente sería la consecuencia del sistema productivista “falocrático” que deriva de él. François d’Eaubonne propone un nuevo sistema igualitario, ecológico, incluso de decrecimiento.

Largas luchas

En su momento, su análisis no fue emulado en Francia, aunque las campañas contra la energía nuclear entre 1975 y 1981 fueron dirigidas en buena parte por mujeres.

La falta de éxito del ecofeminismo puede explicarse por la dominación intelectual del feminismo universalista, que sospechaba que este movimiento esencializaba las cualidades femeninas. Desde Simone de Beauvoir, comenta Burgart Goutal, el feminismo pretende desnaturalizar la visión del mundo y de las mujeres, demostrando que no se nace mujer, sino que se llega a serlo.

El ecofeminismo se desarrolla sobre todo en los países anglosajones, donde se llevan a cabo largas luchas radicales.

En 1981, en Greenham Common, en Berkshire (Inglaterra), tuvieron lugar varias protestas de carácter pacifista contra la instalación de misiles nucleares en una base de la Royal Air Force. En diversas ocasiones, miles de mujeres se encadenaron a las puertas y rodearon la base militar.  Se crearon campamentos exclusivamente femeninos. Los últimos misiles fueron retirados del lugar en 1991, pero los campamentos se mantuvieron hasta el año 2000, cuando se consiguió el derecho a levantar un monumento conmemorativo.

En EE UU surgen un montón de movimientos que movilizan a mujeres: desde marchas antimilitaristas y antinucleares a comunidades agrícolas. En noviembre de 1980, el grupo Mujer y Vida en la Tierra, que surgió después del accidente nuclear de Three Mile Island, en Pensilvania, organizó la acción Pentágono de las Mujeres, que consistió en rodear la sede central del Departamento de Defensa, cerca de Washington. Este grupo aún existe. 

Al mismo tiempo, entre 1970 y 1980 se establecieron en Oregón varias comunidades de lesbianas, en una iniciativa que se proponía escapar de un mundo homófobo.

También en los países del Sur se expandieron los movimientos ecofeministas, particularmente movilizados contra la deforestación. En 1972, las mujeres de la localidad de Reni, en India, bloquearon operaciones de explotación forestal mediante cadenas humanas alrededor de los árboles, lo que marcó el inicio del movimiento Chipko, que significa literalmente “abrazar”. Vandana Shiva se sumó al movimiento en 1974 y, tras convertirse en su principal figura, cosechó numerosas victorias.

El Movimiento de los Campesinos Sin Tierra en Brasil, que hace hincapié en el trabajo tradicional de las mujeres para preservar las semillas, contiene igualmente un mensaje ecofeminista.

Giro en 2015

Desde hace varios años, el ecofeminismo vive un auge en países como Francia. Jeanne Burgart Goutal ve en el año 2015 y la Conferencia del Clima COP21 un punto de inflexión. Signo de los tiempos, la editorial Chambourakis crean ese mismo año la colección titulada Sorcières (Brujas), que publica al año siguiente la antología ecofeminista Reclaim, dirigida por Emilie Hache. En septiembre de 2019, el colectivo Bombas Atómicas organiza una acción festiva para protestar contra el vertedero de residuos nucleares de Bure, con la participación de personas del colectivo LGTBI. 

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Mujer con la naturaleza

También en Francia se crearon varias comunidades ecofeministas, inspirándose en las que surgieron en las décadas de 1970 y 1980. Su ideario rechaza los modelos capitalista, patriarcal y heteronormativo. Muchas practican una ecología de subsistencia que  “ha transformado la casi integralidad de su existencia, modificando sus formas de vivir, de criar a los hijos, de estar en pareja, de comer, de cuidarse, de pensar en la participación política”, analiza la investigadora Geneviève Pruvost en Quotidien Politique.

En Minervois se creó un colectivo ecofeminista que, sin constituirse en comunidad de vida permanente, reivindica la radicalidad. Sus miembros, como Nathalie, Catherine y Karine, entablan “largos debates sobre la abolición del patriarcado, sobre género y sobre la historia de los feminismos, con el fin de  continuar la lucha, aquí y ahora”, en su “propio nivel” y en su “política íntima”. En julio pasado, este colectivo impulsó un seminario, con reuniones mensuales, para renovar un antiguo convento ocupado por un centro comunitario rural en el pueblo de Azillanet, en Occitania. Entre las personas participantes en estos trabajos está Jeanne Burgart Goutal, que comenta: “Trabajamos a pie de calle, y muchos hombres que pasaban por delante nos decían que no lo conseguiríamos, o nos daban consejos, pero la verdad es que lo conseguimos, y al hacerlo recuperamos también nuestro poder de actuación”. El colectivo está revalorizando el saber hacer y las viejas habilidades puestas en práctica con vistas a lograr una emancipación del capitalismo. En julio de 2023, su integrantes organizaron un taller sobre la lana, que empezó con una conferencia sobre la historia de este material, demasiado a menudo sustituido por tejidos sintéticos. A continuación, empleando lana recogida de un amigo granjero, confeccionaron una alfombra. Dedican tiempo a la reflexión intelectual“con los métodos de la educación popular”, señala Catherine, y también a prácticas físicas relacionadas con el cuidado de la salud o la defensa personal. Las relaciones dentro del grupo son estrictamente igualitarias.

Al ver que la fábrica de conversión de uranio Orano Malvési, en el área industrial de Narbona, quería contratar a mujeres, el colectivo también organizó una manifestación durante unas jornadas de puertas abiertas, para informar sobre los peligros de la energía nuclear. “Fuimos con mucho cuidado. No queríamos culpabilizar a las mujeres que estaban allí presentes, a menudo en condiciones de precariedad”, precisa Karine. A partir de esta actuación se inició un diálogo para denunciar el lavado feminista de Orano.

¿Brujas o marxistas?

Muchas brujas urbanas también se declaran integrantes del movimiento ecofeminista. Su enfoque suele estar marcado por la espiritualidad. Practican el tarot y el yoga.

¿Es este ecofeminismo puramente consumismo? La creación en el año 2020 de una revista como New Witch por el grupo alemán Hubert Burda Media así lo sugeriría. En papel satinado, la publicación ofrece consejos sobre compras de productos naturales, sobre cursos de yoga o coaching. Son prácticas que contribuyen a lo que la investigadora Anna Berrard define como “una búsqueda neoliberal de la felicidad”.

Sin embargo, como recuerda Jeanne Burgart Goutal, brujas como la ecofeminista estadounidense Starhawk se reapropian igualmente “de viejas prácticas como la recolección y el uso de plantas medicinales”, porque consideran que “el racionalismo y el cientificismo están ligados al patriarcado”. Muchos libros han inspirado este movimiento. Es el caso de Calibán y la bruja, de Silvia Federici, o Brujas, de Mona Chollet. 

Las ecofeministas, por ejemplo, se niegan a pensar en la tecnología como algo independiente de las relaciones de poder. La socióloga ecofeminista alemana Maria Mies, fallecida en 2023, se autodenominaba marxista y hacía hincapié en las desigualdades económicas generadas por el capitalismo patriarcal.

Muchas comunidades forman parte de la tradición anarquista “marcadas por la desconfianza hacia instituciones como los partidos políticos”, explica Jeanne Burgart Goutal. 
Autoras como Myriam Bahaffou también establecen el vínculo entre entre el ecofeminismo y las luchas anticoloniales. 

Muy político, el ecofeminismo ha superado las acusaciones que se le hacen de esencializar a las mujeres. La cuestión es que siguen ahí las amenazas del esencialismo, como lo demuestra la creación en 2015 de la revista católica de ecología integral Limite, próxima a la organización La Manif pour tous [que organizó las mayores protestas en Francia contra el matrimonio homosexual]. Figuras reaccionarias como la de Eugénie Bastié han publicado escritos en los que afirman que su feminismo es ecofeminismo. François d’Eaubonne se removería en su tumba si lo leyera.

Charlotte Soulary, miembro de la asociación Zero Waste France, y que se declara ecofeminista, recuerda que “desde los pañales lavables a la glorificación como algo natural de las mujeres protectoras del medio ambiente y con disponibilidad a las tareas de cuidados”, una ecología despolitizada puede hacer que las mujeres vuelvan a casa. Para evitarlo, añade, hacen falta políticas públicas voluntaristas en materia de ecología y de derechos de las mujeres.