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Deshumanismo digital

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Hombre de Vitruvio

Ilustración
Generado con IA

El humanismo digital está de moda. Una búsqueda de este concepto en Google genera centenares de miles de referencias, así como la aparición de multitud de iniciativas dedicadas a promoverlo. Sucede, sin embargo, que añadir el adjetivo digital a un concepto como humanismo, que admite un buen número de variantes, no contribuye a clarificar su significado. Según la Real Academia Española, la función del adjetivo es modificar al sustantivo aportando propiedades o cualidades. Adjetivar a una persona como feliz, inteligente o alta, por ejemplo, conlleva una concreción de sus características que la distingue de otras personas. Por contra, no eso lo que sucede cuando se utiliza digital como adjetivo.

El término sociedad digital, por ejemplo, si bien parece apuntar a una sociedad caracterizada por un alto nivel de intensidad digital, resulta inespecífico y engañoso. Inespecífico, por cuanto el nivel de penetración de lo digital no es definitorio de una sociedad. EE UU, Dinamarca, Singapur y Corea del Sur, cuatro países que figuran entre los diez primeros en la clasificación de competitividad digital del World Economic Forum, presentan diferencias manifiestas entre sus modelos sociales. Así pues, la referencia a la sociedad digital resulta engañosa si el aura benéfica tan a menudo asociada a lo digital lleva a la conclusión de que una sociedad es mejor cuanto más digital, algo de lo que a buen seguro discrepan ciudadanos de países como Rusia o Irán. Como señaló con perspicacia un añorado Zygmunt Bauman, las sociedades son "fábricas de significados", "semilleros de vida con sentido". Lo digital no crea sentido, si bien se utiliza como instrumento para crearlo.

Algo similar puede estar sucediendo en torno al humanismo digital. De entrada, el objetivo a menudo expresado de que se trata de "poner a las personas en el centro" no es en absoluto clarificador. Porque eso es precisamente, poner en el centro las vulnerabilidades de las personas, es lo que hacen las empresas cuyo modelo de negocio se basa en capturar y explotar su atención. Como sucede con tantas otras prácticas, el rasgo característico del humanismo digital no debería ser su cómo, sino sus por qué y para qué.

De ahí el riesgo de que esa combinación, en apariencia deseable de humanismo y digital pueda resultar también inespecífica y engañosa. En primer lugar, porque el propio concepto de humanismo es polisémico: admite un buen número de variantes, no todas ellas homogéneas. Aceptemos, a efectos de esta columna, definirlo como "una filosofía de la vida democrática y ética, que afirma que los seres humanos tienen el derecho y la responsabilidad de dar sentido y forma a sus propias vidas". La cuestión que se plantea entonces es si la adopción de lo digital contribuye o no, y en qué medida, a reforzar el derecho y responsabilidad de "dar sentido y forma a la propia vida". 

La experiencia de veinte años de evolución de las redes sociales apunta más bien a lo contrario; a que su propósito ha sido y sigue siendo demasiado a menudo el de ejercer la mayor influencia posible en cómo dan sentido a sus vidas quienes se conectan a esas redes. Lo mismo cabe decir del auge desmedido de los influencers profesionales en la influencia sobre los comportamientos. 

La proliferación de propuestas de asistentes personales basados en la IA apunta también hacia un deshumanismo digital. Según proclaman los promotores de uno de esos autómatas, su propósito es ofrecer una "IA personal, diseñada para ser empática, útil y segura". Sucede, sin embargo, que la empatía es una característica del ser humano que, como tantas otras, está hoy por hoy fuera de las posibilidades de las máquinas. El riesgo cierto de que haya gente que caiga en el engaño de empatizar con el autómata, incluso con preferencia a hacerlo con humanos, puede llevar a degradar la noción de la verdadera empatía.

Quienes primero propusieron el concepto de inteligencia artificial tuvieron la sabiduría de reconocer que su objetivo no era desarrollar sistemas inteligentes, sino que simularan serlo. Un humanismo digital bien entendido podría empezar defendiendo un renacimiento de lo humano, enfatizando a la vez que la IA es como mucho un simulacro de lo humano. Algo que no parecen reconocer quienes sostienen que los autómatas están dotados de cualidades como la empatía o de capacidades como aprender, pensar o decidir. Un humanista digital debería expresar mayor asombro por las capacidades humanas que por las de los artefactos digitales. Justo lo contrario de quien afirma, desde la tribuna de un diario de difusión nacional, que "la IA tiene una percepción de la realidad más amplia que la nuestra". Lo que viene a dar la razón a quien sostuvo que "no hay ninguna idea tan estúpida que sea imposible encontrar un profesor universitario que se la crea".