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Ilustración
Generado con IA

Una viñeta de The New Yorker muestra a dos técnicos que, dado el resultado desastroso de la prueba de un producto en el laboratorio, se preguntan si podrían etiquetarlo como "analizado científicamente" en lugar de como "verificado científicamente". Los viñetistas dicen mucho con pocas palabras. La ciencia tiene un bien ganado prestigio. La calificación de un hecho como “científico” equivale a avalarlo. Por contra, un modo de descalificar una afirmación es argumentar que "carece de base científica". 

Esta introducción viene a cuento a la vista de cómo se plantea el debate acerca de las consecuencias del uso intensivo de los teléfonos móviles y el acceso a las redes sociales por los adolescentes. Los datos son incontestables. Según fuentes acreditadas, el 33,7% de los jóvenes norteamericanos entre 18 y 25 años padecían en 2021 algún trastorno de salud mental, como ansiedad y desórdenes de conducta o de ánimo, en tanto que los episodios de depresión severa afectaban al 29,2% de las adolescentes y a un 11,5% de los varones entre 12 y 17 años. 

Se ha observado además que este tipo de incidencias experimentó un brusco crecimiento a partir de 2010, coincidiendo con el despegue masivo del uso de los teléfonos móviles y del acceso a las redes sociales. No sólo eso. Más de un 20% de escolares de último curso en EE UU se manifestaron en 2020 de acuerdo con la afirmación de que "la vida carece a menudo de sentido", un aumento del 70% con respecto a 2010.

Aunque los datos sean incontestables, su interpretación es polémica. Para el Financial Times, que cita estudios de la psicóloga Jean Twenge, "los smartphones y las redes sociales están destruyendo la salud mental de los niños". Una conclusión en la que coincide Jonathan Haidt, un psicólogo y académico autor de La generación ansiosa[1], que sostiene además que "el entorno actual en el que crecen los niños es hostil al desarrollo humano".

Por contra, una profesora de psicología e informática en la Universidad de Irvine afirma en un artículo publicado en Nature que las conclusiones de este tenor "no están respaldadas por la ciencia". Considera que la única correlación científicamente demostrable es que los jóvenes con problemas de salud mental utilizan la tecnología con mayor intensidad que sus coetáneos sanos, lamentando que se invierta tiempo en difundir historias infundadas en vez de dedicar más recursos a ayudar a los jóvenes que lo necesitan. 

Hay motivos para no terciar de manera precipitada sobre estas discrepancias. Hay motivos para dar por buena tanto la afirmación de Mark Twain de que "hay mentiras, puñeteras mentiras y estadísticas" ("lies, damned lies and statistics") como la de que la estadística es el arte de torturar los datos hasta que confiesen lo que uno desea. Resulta plausible que los móviles y las redes sociales no sean los únicos factores que influyen en la salud mental de las personas, por lo que es arriesgado considerar la correlación como causalidad. Así y todo, la historia de la ciencia ha demostrado en múltiples ocasiones cómo una hipótesis que en un principio carecía de soporte científico ha sido confirmada más tarde por nuevas investigaciones. 

No hay en cambio apenas discrepancias acerca del aumento de los comportamientos compulsivos en relación con los móviles y las redes sociales, no sólo entre los adolescentes. Algo que, parafraseando un concepto introducido por la crítica cultural Laurent Berlan, puede verse como manifestación de un tecno-optimismo cruel: artefactos digitales que las personas consideran como indispensables les convierten a la vez en más vulnerables. La regulación de lo digital habrá de lidiar con esta ambivalencia, presente también en el ámbito del cripto y de la inteligencia artificial. En tanto se mantenga la discrepancia entre los científicos, la elección entre dar preferencia al tecnoptimismo o a la prevención de sus consecuencias crueles es una cuestión política al ciento por ciento. Obliga, mal que pese a muchos, a politizar la tecnología.

[1] Versión en castellano anunciada para finales de mayo.