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Malos competidores


 

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Julio 2023 / 115
Competitividad

Ilustración
Darío Adanti

Me habría gustado ser competitivo alguna vez, aunque hubiera sido solo por un día. Hoy ya lo veo imposible. Como ciudadano de lo que llamamos España, formo parte de una comunidad a la que, según parece, no se le da bien lo de la competitividad.

En 1977, al principio de mi vida laboral, la inflación superaba el 28% anual. Aquello era una barbaridad. Aunque casi todo fuera aún franquista, aunque el futuro resultara una incógnita, aunque el terrorismo se agravara día a día y la delincuencia de todos los tamaños (de los banqueros y de los quinquis, para entendernos) llegara a niveles fascinantes, de lo que más se hablaba era de “la cesta de la compra”. O sea, de lo mucho que costaba comer.
 

Reconversión y paro estructural

¿Cómo nos arreglábamos? Pues porque el mundo estaba, visto desde ahora, al revés. Con una inflación del 28% se podía conseguir un crédito al 10% anual. Y la mayoría de las viviendas se pagaban con letras a tipo fijo, por lo que la inflación iba reduciendo mes a mes las cuotas mensuales. También es verdad que un piso apañado de tres dormitorios en un barrio medio venía a costar 2,5 millones de pesetas, o sea, 90 salarios mínimos de la época. De alguna manera, aquella inflación constituía un impuesto redistributivo.

¿Qué decían los economistas? Que no éramos competitivos. Desde varios países asiáticos (Japón, sobre todo) llegaban productos mejores y más baratos que los españoles. La industria local estaba desfasada. Unos años después, la entonces Comunidad Económica Europea exigió la reconversión industrial: un cierre masivo de empresas. El paro estructural viene de aquello que ocurrió hace casi 40 años. Como suele suceder cuando hay muchos desempleados, los salarios empezaron a bajar respecto al precio de las cosas.
 

Impuesto para los pobres

Ha llovido mucho (en realidad ha llovido poco, disculpen el cliché) desde entonces. Ahora, un piso de 300.000 euros, si es que existe todavía alguno que no sea un armario en un sótano, cuesta casi 300 salarios mínimos. Los tipos de interés siempre están por encima de la inflación, por lo que esta funciona como un impuesto sobre los pobres y como una regalía para la banca y los ricos. Los salarios han venido perdiendo poder adquisitivo de una forma constante, sobre todo desde la gran crisis de 2008.

Y, sin embargo, aún no somos competitivos. Según el Institute for Management Development, una escuela de negocios en Suiza entre cuyos fundadores figuran empresas como Nestlé, España permanece en un nivel mediocre (puesto 36 en la clasificación mundial) por su paro estructural, el que sufrimos desde la desindustrialización, y por la insuficiente digitalización de sus empresas.

Resulta evidente que, aunque los salarios sigan bajando en términos relativos, nunca seremos competitivos. No sé en realidad contra quién competimos, pero el caso es que, por una u otra razón, competimos mal. Uno, al cabo de tanto tiempo, empieza a estar harto.