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“La idea de que Europa es buena por naturaleza se acabó”

Entrevista a Pol Morillas, director del Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB)

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Abril 2024 / 123
Pol Morillas

Fotografía
Lola Fernández

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Entre conflictos, amenazas y discursos de guerra, la demanda por entender qué sucede en el mundo ha ido a más por parte de gobiernos, instituciones, empresas y la sociedad en general. El Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB), que ha cumplido medio siglo investigando sobre relaciones internacionales, percibe esta creciente necesidad. Su director, Pol Morillas (Barcelona, 1982), reflexiona en esta entrevista sobre el tenso momento actual.

¿Por qué tenemos la sensación de que el mundo es cada vez más peligroso?
El grado de conflictividad es el más elevado desde la Segunda Guerra Mundial, y se da junto a una clara degradación de la seguridad. A esta circunstancia se suma el hecho de que estos conflictos suceden justo cuando las estructuras del orden mundial en que vivimos están en crisis y en mutación. Todas las instituciones creadas tras la Segunda Guerra Mundial se cuestionan. O no se consideran representativas o resultan inefectivas... precisamente  en el momento en que se produce una mayor interdependencia debido a una economía globalizada y a retos globales como el cambio climático y las pandemias. Por otra parte, los conflictos son más próximos. No los sufrimos en primera línea, pero sus efectos nos llegan. Ello genera  sensación de desamparo, peligrosidad y ansiedad.

Hay quien teme una tercera guerra mundial. ¿Lo ve posible?
No creo que el escenario actual nos aboque a una tercera guerra mundial. Es cierto que hay importantes elementos de inestabilidad: volvemos a leer el mundo en clave de geopolítica, importa el poder de las grandes potencias, no imperan la cooperación ni el bien común, el multilateralismo está en crisis cuando más necesario sería, se producen escaladas, buscadas o fortuitas. Y, sin embargo, al mismo tiempo hay importantes elementos de contención. Habría mucho que perder si los conflictos se expandieran. Hoy, en un solo día, entre China y Estados Unidos se comercia lo mismo que entre Estados Unidos y la Unión Soviética en el momento de mejores relaciones durante la Guerra Fría. A nadie le interesa una gran escalada. Eso explica, por ejemplo, que China apoye la revisión del sistema que exige Rusia, pero no hasta el punto de desestabilizarlo.

Los gobiernos europeos, incluido el español, llaman a invertir más en defensa y hablan de guerra. ¿Eso es un elemento de contención o de escalada?
No hay que leer estos mensajes como la amenaza de "que viene el lobo", sino como una evidencia de que no podemos abstraernos de la realidad que nos rodea. Europa había externalizado su defensa en la OTAN. Ahora, ante una eventual victoria electoral de Donald Trump en noviembre, no está claro que podamos contar con la protección de EE UU. Y el orden internacional que teníamos se está deshaciendo.

La opinión pública no parece comprar fácilmente este discurso. ¿Cuánto pesa el componente de la industria militar?
Es cierto que hay un componente industrial, pero pienso que vivimos en un letargo lógico. La razón de ser de la Unión Europea es superar la guerra, poder y querer olvidarse de la guerra. Ahora se pide una concienciación en poco tiempo. Y creo que sería un error reducir la respuesta a las crisis de seguridad al armamento y a la defensa. Las políticas de seguridad deben ser amplias, incluir la defensa, pero no solo eso. Pensemos, por ejemplo, en la preocupación de Finlandia, que comparte una larga frontera con Rusia, por si este verano Rusia la desestabiliza instrumentalizando migraciones masivas.

Choca que se avise de que vendrán recortes otra vez y, a la vez, se insista en gastar mucho más en defensa.
Es que en defensa partimos de muy abajo. Podemos revisar si la transición verde debe hacerse más igualitaria o a otro ritmo porque hay una base sobre la que discutir. O si las reglas fiscales deben ser así o asá, porque, por incompleta que sea la unión monetaria, tenemos ya una moneda compartida.  Pero en defensa no hay ninguna integración. El problema del gasto en defensa es su fragmentación, no tanto el volumen de gasto. De poco sirve que cada país gaste el 2% del PIB en defensa por su lado. Lo que tiene sentido es una integración progresiva de la defensa que evite duplicidades, que en un momento de crisis puedas utilizar las dotaciones de distintos países en términos interoperativos e intercambiables. Si Europa quiere integrarse, también debe hacerlo en este ámbito.

Visto el auge de los partidos ultra y euroescépticos en Europa, que según los sondeos van a ganar terreno en las próximas elecciones al Parlamento Europeo, ¿quiere más integración?
Las elecciones europeas de junio plantean un debate genuinamente europeo entre dos tipos de fuerzas. Unas defienden que, cuando hemos hecho esfuerzos de integración mayor, los resultados han sido positivos. Se ha visto en la pandemia y en la guerra de Ucrania. Hasta ahora lo han defendido principalmente socialdemócratas, populares, liberales y verdes. Pero otras fuerzas dirán que la población sufre las consecuencias de las iniciativas de Bruselas, como se ve en la transición verde. Un debate sobre qué Europa queremos no es malo, es señal de madurez. La política pública europea debe poder ser contestada como cualquier política. Es sano poder criticar a la UE. Europa es,potencialmente, una solución, pero una solución debatible, contestable. En nuestros sistemas democráticos queremos poder contestar a los actores políticos y poder criticar sus recetas y proponer otras que creamos mejores. Es cada vez más difícil el europeísmo naif. La idea de que Europa es intocable y buena por naturaleza se acabó.

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Pol Morillas
Fotografía: Lola Fernández

¿Por qué cree que avanzan los partidos a la derecha de la derecha?
Cabe distinguir, sobre todo, dos factores. El primero, de raíz socioeconómica. Una parte de la población sufre agravios ya sea por la digitalización, la globalización o la despoblación rural, y siente que los partidos tradicionales, y especialmente la izquierda, se ha desentendido de su situación; el segundo es reactivo e identitario. Se fomenta el miedo al otro, al extranjero. Se hace referencia a pasados gloriosos. Se imaginan confabulaciones de los centros de poder internacionales en el origen de todos los males. En el brexit jugaron tanto la movilización identitaria como los motivos socioeconómicos. Y en el éxito de Trump. El mensaje de estas fuerzas es fácil de emitir: antes estabas muy bien y ahora te han dejado de lado.

¿Qué impacto tendría su avance en el Parlamento Europeo?
Son fuerzas muy, muy distintas entre sí. Por esta razón resulta muy difícil establecer grandes verdades binarias. La lógica binaria y maniqueísta no define el mundo geopolítico de hoy. Ni siquiera cuando Joe Biden, presidente de EE UU, confronta autocracias con democracias. No sirve hablar de antiglobalización y globalizadores, ni de europeístas y euroescépticos. En cada grupo hay desacuerdo sobre si hay que ser más liberal o más proteccionista, si más o menos pro Israel, o sobre cómo actuar frente a Vladimir Putin.

La UE llama a apoyar a Ucrania, pero voces como la del Papa hablan de negociar...
Ucrania quiere ganar. Y para ello necesita tanto la ayuda europea como la de Estados Unidos. Ahora estamos en tiempo de descuento hasta las elecciones americanas. Si Trump vuelve a la Casa Blanca, habrá un cambio de actitud importante. Hay dos opciones: doblar la apuesta para ayudar a Ucrania, sabiendo que la ayuda europea solo puede suplir parcialmente la de EE UU, o cambiar de discurso y hablar de negociación, cosa que choca con la resistencia del presidente Volodímir Zelenski. Creo que, por ejemplo, cuando el presidente francés, Emmanuel Macron, habla de enviar tropas, sabe que muchos países no querrán, pero marca el discurso estratégico y fuerza que se haga algo más, hasta las elecciones americanas.

¿Ve conveniente y prudente que Ucrania entre en la OTAN?
En Ucrania se disputan dos cosas: por una parte, el territorio; por la otra, el derecho de este país a decidir a qué espacio geopolítico quiere estar, si el ruso o el de Occidente. Cuando llegue la negociación, un posible dilema para Ucrania es si estará dispuesta a renunciar a una parte del territorio para conseguir el derecho a la soberanía. Es muy duro de aceptar.

¿Occidente se equivocó de actitud tras la disolución del Pacto de Varsovia?
Occidente pensó que tenía la batalla ganada, y sí, fue un error pensarlo. Subestimamos la voluntad de Rusia de recobrar protagonismo en clave de poder y grandeza de estatus perdidos, pues la justificación por parte del Kremlin sobre Ucrania es que se trata de una creación artificial y que, por tanto, le pertenece. Pensamos en la debilidad de la economía rusa, en el envejecido Ejército ruso, en el menor desarrollo tecnológico ruso respecto del de  otras potencias. Fue un error. Ahora bien, si desde la descolonización creemos en la libre determinación de los Estados y en la no injerencia de las antiguas potencias, la soberanía de Ucrania debe prevalecer.

Ese argumento se usa solo a veces.
Es cierto que en unos ámbitos hacemos prevalecer estos criterios y en otros, no. El doble rasero nos hace perder credibilidad en el mundo. En la Asamblea General de la ONU se acepta que Rusia haya invadido Ucrania. Pero, por lo que respecta a Israel y a Gaza, Europa y, en particular, EE UU, están en minoría.

¿Cómo valora la actuación de la Unión Europea con Israel y Gaza?
Históricamente Europa ha tenido una posición muy construida y clara en el conflicto de Oriente Próximo, sobre el que ha discutido muchísimo en el seno del Consejo de la UE, pese a tener poco margen de incidir en él. Las palancas las tiene EE UU. Pero tras los atentados de Hamás, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dio de alguna forma carta blanca al Gobierno de Israel. Países Bajos, Alemania y Austria no vieron mal esta posición, que ha disgustado a muchos otros. De ahí la carta de España e Irlanda exigiendo medidas contra Israel y el reconocimiento de un Estado palestino.

¿La solución de los dos Estados es aún una solución?
Era una solución óptima hace 20 años, cuando los asentamientos no habían avanzado tanto. Vista la terrible situación sobre el terreno, cada vez parece una solución más lejana. Pero se da la paradoja de que, cuando menos factible es, se pueda acabar avanzando en esta dirección. Como nadie sabe qué solución aplicar, incluso en la Casa Blanca reaparece el discurso de los dos Estados. Y quizá la UE acabe reconociendo un Estado palestino.

Europa abre los brazos a los ucranianos, pero no a los palestinos.
Antes de la guerra, los ucranianos ya podían entrar en la UE tres meses sin visado. Eso lo facilita. Y no puede haber un flujo masivo de refugiados de Gaza hacia Europa ni hacia ninguna parte porque Israel no deja salir a nadie. Los países vecinos, como Jordania y Egipto, saben qué es un éxodo palestino y no lo quieren. El derecho de retorno no funciona.

¿Hasta qué punto puede EE UU forzar al Gobierno de Netanyahu a poner fin a esta carnicería?
EE UU tiene la mayor palanca militar,  diplomática y económica para dar el paso. Pienso que no lo hace, pese a sus críticas, porque la Administración de Biden, en tiempo de descuento, busca mejores condiciones para ello, como la liberación de los rehenes o la entrada de ayuda humanitaria en Gaza. El problema es que el desastre humanitario es de tal dimensión que no se puede ni discutir de soluciones políticas. Tras los atentados de Hamás, las voces de la paz están bastante ausentes, ninguna fuerza política se atreve a plantear la negociación. Es trágico que Israel tenga un gobierno ultrarradical y ultranacionalista que denigre al pueblo palestino. Hay que distinguir el pueblo de Israel del actual Gobierno israelí. Los mensajes genéricos despiertan voces de antisemitismo.

¿Cómo se explica el peculiar duelo de candidatos Biden y Trump en la aún primera potencia del mundo?
Los demócratas saben que tienen a un mal candidato para enfrentarse a Trump. Pero carecen de un reemplazo con posibilidades de ser la panacea para animar el voto del descontento. Biden podría capitalizar lo bien que va el mercado laboral o la Ley de Reducción de la Inflación, pero no logra desvanecer la sensación de buena parte del electorado de que vive peor ahora. Trump tiene una base electoral más pequeña pero más unida y movilizable. Biden, más amplia pero desunida. Su reto es volver a movilizarla, como en las elecciones de 2020. La gente ha olvidado la acción de gobierno de Trump.

¿Qué implicaciones tendría una nueva victoria de Trump?
Para Europa sería complicado, porque no ha construido la autonomía estratégica, que precisamente fue una reacción a la primera elección de Trump, y que aparcó al volver a tener un presidente amigo en la Casa Blanca. Ya teníamos quien nos defendiera. Ha sido una visión cortoplacista. Con Trump 2 se insistirá en la autonomía estratégica. Respecto de China, el enfrentamiento persistirá. Pero Biden tiende a mantener canales abiertos y Trump es más proclive a cerrarlos.

¿Quién es?

Pol Morillas

El politólogo Pol Morillas, director del CIDOB desde septiembre de 2018, tiene una doble faceta como investigador y como asesor en estrategia política. Por ahora, el tiempo acumulado inclina la balanza hacia la primera. Formado en Relaciones Internacionales en la London School of Economics (LSE), se doctoró en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) en Ciencia Política, Políticas Públicas y Relaciones Internacionales. En París, trabajó para el Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea. En Bruselas, coordinó el Comité Político y de Seguridad del Consejo de la UE y fue asesor en Acción Exterior en el Parlamento Europeo. Anteriormente, ejerció de responsable del Área de Políticas Euromediterráneas en el Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed).