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Julio 2023 / 10
Yayo Herrero

Ecologista, feminista, educadora, cooperativista… Yayo Herrero ha tocado casi todos los palos en el mundo del activismo social. Habla con el mismo entusiasmo y conocimiento de causa de la fotosíntesis, la sociedad patriarcal, la precariedad laboral y las injusticias sociales, y es capaz de analizar todos esos temas con una visión global. Alternativas Económicas habló con ella en su despacho de directora de la Fundación Beneficio Social Hogar del Empleado (FUHEM), a dos pasos del parque del Retiro, en Madrid.


Vivimos tiempos de cambio en la política, la sociedad y la economía españolas. ¿Cuán profundos cree usted que van a ser?

Lo que se está planteando es una crítica a un modelo democrático con muchísimos límites y a una forma de entender la política que ha permitido que, en buena medida, el poder económico se haya adueñado de ella y que haya sido corrompida en muchos ámbitos. Tanto las plataformas políticas emergentes como algunas que no han emergido aún pretenden impulsar cambios profundos. También hay una parte de la ciudadanía organizada que tiene el deseo de no volver a delegar tanto en las instituciones y que se ha propuesto seguir teniendo una participación activa y exigir rendición de cuentas. Nos encontramos ante una profundísima crisis ecológica que obviamente tiene repercusiones enormes en la economía y en la política, y me parece que el análisis que se hace desde las instituciones actuales —y a veces desde parte de esas plataformas políticas emergentes— no está a la altura de los cambios que hay que hacer.


¿Cuáles son esos cambios?

Como ecologista, el primer elemento es que hemos topado con los límites de la naturaleza. Nos encontramos ante un cambio climático galopante que está forzando una transformación en la lógica de los propios ecosistemas, que es la lógica que sostiene la economía y el conjunto de la vida. Cuando observamos los análisis del cuerpo científico en que nos apoyamos para trabajar en este tipo de cosas, la palabra más repetida es incertidumbre. Es urgente actuar, y ello significa dejar de quemar petróleo, dejar de extraer, cambiar radicalmente el modelo productivo… Ahí la palabra clave es menos: menos energía, menos materiales, menos suelo, menos pesca. Una buena parte de los materiales que se utilizan, entre otras cosas, para fa-bricar los aerogeneradores o las placas solares necesarias para reconvertir el modelo energético son finitos y están a punto de alcanzar sus picos de extracción.


¿Qué retos tienen ante sí los ayuntamientos y las comunidades autónomas surgidos de las elecciones de mayo pasado?

Un enorme reto es la deuda. Tenemos ayuntamientos enormemente endeudados y límites importantes como resultado de la gestión de la crisis desde el estallido de la burbuja inmobiliaria. Otro reto fundamental son las contratas y los compromisos ya firmados, que hay que ver si pueden revertirse de alguna manera. En algunos casos se llega a estas instituciones sin haber hecho un análisis profundo de lo económico y de las situaciones tan complicadas que hay que abordar. Van a tener que improvisar mucho. Otro reto clave es cómo cambiar los imaginarios de la mayor parte de las personas, incluso las que han votado a los nuevos partidos y plataformas. Las encuestas reflejan que los ciudadanos quieren más sanidad pública, más educación pública, atender las necesidades de dependencia, pero a la vez quieren pagar menos impuestos. Se quiere todo, pero no hay una percepción clara de hasta qué punto apostar por lo público, por la justicia y la redistribución, implica que las personas que no estamos tan precarias aportemos algo para montar ese sistema público. Es una labor de psicología social que debe hacerse por las instituciones y por la ciudadanía organizada; es decir, por los movimientos sociales.


 

¿Qué reformas más urgentes necesitan nuestras grandes ciudades?

Los planes de rescate ciudadano son urgentísimos. Hay que paliar y poner límites a la pobreza y al sufrimiento de las personas y a todo lo que tiene que ver con los desahucios. El tema de la calidad del aire también es acuciante, pues repercute enormemente sobre la salud de las personas. Hay que pensar en una gestión de residuos racional que apueste, en primer lugar, por la reutilización, reducción y prevención; en último lugar, por el reciclado, y muy en ultimísimo lugar, por la incineración. También son urgentes medidas que tienen que ver con la ley de dependencia, porque la situación en la que se ha colocado a buena parte de las mujeres, siendo las principales responsables de trabajar con la precariedad vital en los hogares, es muy grave. Luego está lo que tiene que ver con la sanidad pública y la educación. Y todo ello, a la vez, tratando de apostar por modelos económicos sostenibles que creen empleo y que sean capaces de reproducirse sin seguir agravando la situación. Casi nada, vamos.


¿Qué pueden hacer los ciudadanos para mejorar la calidad de la democracia española?

Espero que se produzca un refuerzo no sólo de una sociedad civil consciente, sino organizada. Un elemento clave es poner bajo sospecha la información mayoritaria que nos llega. Es muy importante que la ciudadanía sea cons-ciente de que si nos engañaron durante tanto tiempo y esta crisis nos explotó en la cara como si fuera algo no esperado —cuando había muchísimos medios de comunicación alternativos que llevaban avisando de esto mucho tiempo—, debemos sospechar que no está ajustado a la verdad lo que se nos cuenta de manera mayoritaria. Ahora mismo te-nemos revistas, televisiones, radios libres y todo tipo de publicaciones que nos permiten contrastar. El elemento de sospecha tiene que ver con el hecho de mantener nuestra cabeza ágil y capaz de pensar por sí sola. El segundo ele-mento central es participar en algo. Da igual que sea una asociación de padres y madres de alumnos, un grupo de mujeres, un grupo de amigos que debate sobre las cosas que pasan, un sindicato, un movimiento ecologista…


¿Qué cambios de mentalidad son nece-sarios?

La necesidad de un cambio cultural es crucial, porque hemos articulado como cultura una serie de convicciones que son míticas, creencias que no se basan en nada real, que son muy perjudiciales. Por ejemplo, la idea de que las personas viven mejor cuantas más cosas puedan comprar en un mundo que no permite consumo permanente. Hemos creado una idea de progreso ilimitado, la idea de que la ciencia nos va a llevar a un futuro cada vez mejor, cuando todos los datos que tenemos nos abocan a una situación peor si no le ponemos remedio. Otro cambio importante en la sociedad española es la valoración de lo público. En las culturas mediterráneas tiene un peso muy grande la familia, el espacio en que se resuelven los problemas individuales, y ello tiene mucho que ver con la sociedad patriarcal. Al final, son las mujeres quienes acaban resolviendo la mayoría de las cuestiones. Esto comporta que el espacio público no esté valorado como espacio que ayuda y colabora y hace al conjunto de la sociedad responsable del bienestar de todos. No digo que debamos romper con la lógica familiar, aunque deba revisarse, pero sí me parece que entre recluirlo todo al espacio privado de los hogares y destruir los vínculos familiares tenemos el entorno de lo público, que es absolutamente necesario y que no está suficientemente valorado en nuestro ámbito cultural.

Esta madrileña a punto de cumplir los 50 compatibilizó durante años el trabajo en la empresa privada con el activismo, pero un día decidió dar un giro a su vida y meterse de lleno en el terreno social. Entre 2005 y 2014 fue coordinadora confede-ral de Ecologistas en Acción y ahora dirige la Fundación Beneficio Social Hogar del Empleado (FUHEM), dedicada a promover la justicia social, la democracia y la sostenibilidad ambiental en el ámbito educativo. Es coautora, entre otras pu-blicaciones, de Cambiar las gafas para mirar el mundo (Libros en acción).

Usted se define como ecofeminista. Ecologismo y feminismo son, aparentemente, cosas muy distintas. ¿De qué manera se combinan ambas cosas en el quehacer diario?

Tanto el movimiento feminista como el ecologista tienen sentido pleno cada uno por su lado, pero cuando dialogan encuentran muchas más sinergias de lo que parece. Ambos coinciden bastante en la crítica al modelo económico y al modelo de desarrollo hegemónico. Los dos están de acuerdo en que este mo-delo ha reducido el valor económico a lo que se puede poner precio. Resulta que muchos procesos que se dan en la naturaleza no pueden medirse en términos monetarios: ni el ciclo del agua, ni la polinización ni la fotosíntesis… Lo mismo sucede con el parir o con una vejez que merezca la pena vivirse. También hay coincidencias importantes en las pautas de salida a esta situación. Partiendo de intereses diferentes —uno, impactar menos en la naturaleza, y otro, promover ciudades en las que se pueda vivir mejor—, el ecologismo y el feminismo tienen muchos elementos muy parecidos: peatonalizaciones, pacificación del tráfico, ciudades policéntricas, primar el transporte a pie o en bicicleta sobre el transporte rodado…


El acceso de las mujeres a altos cargos directivos en las empresas sigue siendo muy difícil. ¿Qué se puede hacer para mejorar esta situación?

Las mujeres, cuando ascienden a puestos directivos, no dejan de tener una parte de la cabeza orientada a lo que tienen que hacer en casa, como la gestión del hogar, de los hijos o de personas dependientes. Hacen dobles o triples jornadas, una situación que no viven los hombres, que se dedican al trabajo y tienen esa buena esposa en casa que les resuelve los problemas. Por otro lado, hay muchas mujeres a las que no les compensa, que no quieren. Llegan a la conclusión de que dedicar la vida a generar dinero para otros o para ellas mismas no merece la pena.


A algunos hombres tampoco les compensa…

Sí, pero son muchos menos, al menos en el mundo de la gran empresa. Se educa a los hombres en el papel de ganador del pan y se asimila mucho el éxito con el ascenso profesional. Es la sociedad la que coloca sobre ellos ese peso. Ahí el patriarcado también es muy duro y castrante con los propios hombres. Ser una mujer que triunfa es, de algún modo, un hombre honorario. La idea de concilia-ción debe ser revisada. La conciliación es un parche creado para solventar una anomalía, porque así se considera el tener responsabilidades en el cuidado de la vida de otras personas.

Es usted muy crítica con la política económica que pone al crecimiento por encima de cualquier objetivo. ¿Por qué?

El decrecimiento de la escena material de la economía es absolutamente inevitable. No es una opción que defendamos la gente que venimos del ecologismo. Nuestra humanidad va a vivir con menos energía y menos materiales, quiera o no, amén de la pesca, el agua dulce y otros recursos que ya están en declive. Por tanto, la clave es cómo se va a gestionar ese decrecimiento de la esfera material de la economía. Una vía es que cada vez haya más gente excluida y otra gente que siga sosteniendo su modo de vida material sobre las reglas económicas, políticas o del poder militar. La vía por la que se debería apostar es una vía planificada y consciente que asuma la reducción de la esfera material de la economía con criterios de reparto de justicia. Implica la socialización y el control de recursos básicos sin los cuales no podemos vivir, implica hacer planes sectoriales de agua, de energía y de residuos que trabajen tanto desde el lado de la oferta como de la demanda para optimizarlos. Implica alentar formas de economía social y solidaria, que pueden ser muy compatibles con estos procesos planificados, supone relocalizar la economía en muchos casos, desarrollar circuitos cortos de comercialización, tocar el modelo de consumo… El propio modelo económico tiene que ser capaz de reproducirse, de regenerarse, para no depender de la inyección constante de recursos públicos.


¿Y el sistema financiero?

Para transitar del modelo basado en energía fósil a uno cuyo fundamento son las renovables hacen falta grandes inversiones, y para financiar esas inversiones hace falta que la banca cumpla su función de apoyar una economía que esté al servicio de la gente. No podemos olvidar que Caja Madrid era banca pública. Para defender el sector público y la banca pública hace falta hacer una revisión crítica profunda y revisar lo que ha ocurrido para que no vuelva a pasar. La fiscalidad es otro asunto central. Nos hacen falta muchos más impuestos y mucho mejores: progresivos, progresistas y bien orientados social y ecológicamente.


¿Qué le ronda por la cabeza estos días? ¿Qué le preocupa más?

Me preocupa todo lo que tiene que ver con la crisis ecológica. No da la sensación de que los gobiernos vayan a tomar grandes medidas en la conferencia sobre el cambio climático del próximo diciembre en París. Suena exagerado decirlo, pero el funcionamiento de los ecosistemas se puede estar colapsando ya. Cuando se piensa que a los seres humanos lo único que nos separa de la extinción es una cosecha de un año, que somos absolutamente vulnerables en cuanto a nuestra dependencia de la naturaleza, da miedo. Sabemos hacia dónde deberíamos correr; otra cosa es que nos falte poder popular para enca-minar esa carrera hacia el lugar adecuado. En el lado bueno, desde hace mucho tiempo no teníamos un ambiente de gente preocupada, organizada, con ganas de cambiar las cosas y de construir un modelo radicalmente distinto. Esa es la parte con la que me quedo: cada vez veo más gente que, desde los medios de comunicación alternativos, desde la economía social y solidaria, desde los barrios, desde las asambleas, pone todos los días mucho esfuerzo y mucha ilusión para conseguir darle la vuelta.